Nosotros, que nacimos sin internet ni móviles, hemos vivido el mayor cambio de ritmo y de vida de la historia de la humanidad. Nunca hasta ahora hemos estado más hiperconectados, en red, con tanta información y posibilidad de elegir ocio, contenidos audiovisuales y tantas actividades que resultaban impensables hasta hace menos de dos décadas y quizás el precio haya sido perder la conexión con nosotros mismos y la habilidad de conectar con el otro.

En los países desarrollados, solemos elegimos el momento y el número de hijos que queremos tener, cuando las condiciones sean más favorables y preparamos todo lo externo para su llegada, olvidando en el camino, prepararnos nosotros para la decisión de nuestra vida que sin duda influirá con mayor impacto en la vida de otra persona.

¿Nos hemos parado a pensar un minuto qué necesitan nuestros hijos? Ya sabemos desde la neurociencia que los primeros mil días de vida -embarazo y dos primeros años- es la etapa donde se forman el mayor número de conexiones neuronales y donde ese ser en desarrollo aprende, en función de cómo le traten sus padres, a sentirse sentido, querido y que sus necesidades importan o se embeben del estrés en que viven sus madres, desarrollando estrategias de supervivencia -lucha, huida o congelación. Nacemos solamente con el 25% del peso que tendrá nuestro cerebro de adulto, con un sistema nervioso tremendamente inmaduro y vulnerable que se desarrollará en función de la calidad de los cuidados que reciba, principalmente de su madre y su padre como cuidadores principales.

Os proponemos retroceder unas décadas, imaginar por un  momento que tus propios padres se están preparando para tu concepción, vamos a imaginar un mundo ideal, donde ambos se han preparado este último año, limpiando de toxinas su cuerpo, tomando conciencia de cómo su propia crianza y los patrones que recibieron de su madre, su padre les ha influido hasta ahora y han realizado un trabajo emocional, tomando consciencia de sus propias necesidades y cuidado.

Y durante el embarazo, como saben que el bebé está directamente en conexión recibiendo a través de la bioquímica de la sangre de la madre en la placenta hormonas de bienestar como la oxitocina, o de cortisol si sienten estrés, priorizan en estos meses un ritmo tranquilo, actividades que dan bienestar, un tiempo de auto-cuidado y conexión con el bebé, sabiendo que lo que ocurre en estos nueve meses tiene una gran influencia para su desarrollo y que las ondas cerebrales del bebé se mueven a un ritmo hasta diez veces más lento que las nuestras. Las tribus indígenas, en contacto con la intuición natural, priorizan a la mujer embarazada como algo sagrado para la sociedad, es el primer hogar del bebé.

En el parto, están en conexión con su hijo-a, nada más nacer el bebé se queda en contacto piel con piel con su madre, sintiendo esa primera mirada de reconocimiento y amor mutuo que queda grabada para siempre, sincronizando sus corazones. Se permiten un descanso, para dar espacio a recuperarse y dejan al bebé en el regazo de su madre hasta que siente el impulso de reptar al pecho y él sólo, se conecta, reptando sobre el cuerpo de su madre hasta empezar a mamar. Es un parto respetado, con la mínima intervención posible, donde se presta mucha atención a fomentar el vínculo entre la madre y el bebé en esa hora sagrada, donde se da el mayor pico de liberación de oxitocina -la hormona del amor- en el cuerpo de la madre.

Este bebe es sentido, querido, sabe que pertenece. Su madre y su padre están atentos a sus señales, interpretan sus necesidades y emociones en sintonía – Sí, el bebé siente con una profundidad emocional muy alta y constantemente está recibiendo señales de seguridad o de peligro y desconexión- y van aprendiendo juntos este baile de conectar y descansar, de unirse y dar espacio, de sostener las emociones difíciles. Cuando llega el llanto, sin querer minimizarlo o que pase rápido, le dan un espacio y el tiempo necesario, desde la calidez del contacto a que ese ser humano, que sólo puede expresarse con el llanto y el movimiento, vaya calmándose a través del reflejo de sus propias emociones en su madre y su padre, sintiendo su seguridad y co-regulándose a través de la regulación de sus padres.

Conocen la importancia  para el bebé de sentirse acariciado, nutrido desde sentir la piel, ir sintiendo su cuerpo a través del amor transmitido por las caricias de sus padres. Es una oportunidad maravillosa para el padre el poder vincularse a través de los masajes con su hijo. Y lo disfrutan, dando a su bebé uno o dos masajes al día, despacio, conscientes, pidiendo permiso al bebé y sintiendo su impulso y sus respuestas. Saben que el bebé aprende primero la comunicación no verbal antes de empezar a hablar y a través del tacto, de la mirada, del olor de su madre, del porteo, va desarrollando su cerebro para un mundo en seguridad.

Este bebé no está aparcado en una sillita estática, viendo dispositivos móviles para poder descansar, o sintiendo que sus padres le atienden externamente pero su atención está en las pantallas o en otro lugar. Es porteado y sigue sintiendo el latido del corazón de su madre, el olor de su piel y conectando con su mirada. Se le permite moverse con seguridad, explorar su pequeño mundo. No hemos olvidado que la biología del apego empieza por lo físico, compartido por los mamíferos. ¿Sabías que la mitad del tiempo las gatas están lamiendo a sus crías? En los orfanatos de Rumanía, los bebés que no eran acariciados morían o sufrían trastornos graves de desarrollo. No es de extrañar que las cárceles están llenas de presos con cinco o más negligencias graves o abusos en su infancia temprana.

Los bebés son los mamíferos con el cerebro menos desarrollados, si crecieran con la madurez similar a otros, el cráneo no cabria por la pelvis de las mujeres, por eso se habla de una extero-gestación, donde los nueve meses siguientes tienen una importancia abismal en el desarrollo del cerebro, del carácter y de la sensación sentida de seguridad, que formará con el tiempo las creencias inconscientes sobre nosotros mismos, nuestra relación con los demás y nuestra visión del mundo. A los cinco años su cerebro tendrá casi el 90% del tamaño del cerebro adulto. Lo que primero se desarrolla es el hemisferio derecho, que ayuda a regular las emociones y es donde se forman las creencias inconscientes sobre nosotros mismos, los demás y el mundo que nos rodea.

Los bebés necesitan para crecer unos padres conscientes, sensibles, que adapten su ritmo y sus condiciones de vida a las necesidades de la crianza, donde la conciliación, el respeto y el apoyo mutuo sea lo que se respire en ese hogar. ¿Nos extraña tener estos índices tan elevados de fracaso escolar, suicidio juvenil y problemas de salud mental? Es necesario también contar con una sociedad que apoye el desarrollo sano de las siguientes generaciones, ya se sabe desde la neurociencia que es la etapa más crítica en términos de salud pública y la de mayor retorno de la inversión. No puede recaer sólo sobre las familias esta responsabilidad, debe haber una estrategia integral y nacional de apoyo a los primeros mil días de vida, pues de esta base sólida dependerá el buen futuro de nuestra sociedad.

Ya sabemos donde empiezan a gestarse las bases de la salud física, emocional y mental. Es un esfuerzo importante, son mil días, de los que podrás disfrutar de los beneficios toda tu vida, viendo crecer a tus hijos y nietos sanos, seguros, en relaciones sanas y felices. Nunca es tarde para reparar y la neuroplasticidad continúa también durante la vida adulta, pero os aseguramos que con este esfuerzo al principio será mucho más fácil y duradero que todo lo que se haga después.

Animamos a las familias, a los profesionales de la salud y a los Gobiernos a tomar consciencia de la importancia de esta etapa, crucial en términos de salud. Desde Fundevas, os acompañamos para poder facilitar, con recursos, a todas las familias en sus diferentes modalidades la crianza, con apoyo de toda la sociedad.